Aquella maravilla inundaba sus sentidos, exaltaba los cuatro puntos cardinales de su ser, todo cobraba sentido.
-¡Debo compartirlo!- pensó súbitamente, -sería injusto por mi parte atesorar semejante derroche de sabiduría- así que no dudó un instante en bajar a la calle vestido con su traje reservado para las nocheviejas.
Descendió las escaleras de dos en dos peldaños a toda prisa, llamando a las puertas de las casas sin detenerse, y profiriendo alaridos y consignas.
En cuanto atravesó la puerta de la calle le cayó un rayo seccionado en dos impactando en ambos globos oculares derribándolo de espaldas.
Tumbado en el suelo y con la cabeza humeante se preguntaba una y otra vez...-¿porqué?, ¿porqué?- A lo que Dios contestó...-Tu estupidez me la paso por el forro de las pelotas-.
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